La escena musical mundial está presenciando una revolución silenciosa pero acelerada. Entre millones de canciones que compiten por atención en plataformas como Spotify, una banda psicodélica llamada The Velvet Sundown ha irrumpido con fuerza. Con más de un millón de oyentes mensuales y decenas de miles de dólares en ingresos, parecería ser el nuevo fenómeno del rock alternativo. Pero hay un giro inesperado: la banda no existe.
Lo que a primera vista parece una agrupación emergente con estética retro y sonidos envolventes, es en realidad un proyecto generado por inteligencia artificial. Su biografía en Spotify lo aclara: es un “proyecto musical sintético, guiado por dirección creativa humana, y compuesto, interpretado y visualizado con apoyo de IA.” Sus canciones, como Dust on the Wind, tienen estructuras coherentes, estribillos pegadizos y una producción pulida que rivaliza con la de artistas reales. Pero no hay músicos detrás, ni ensayos, ni giras. Solo datos, algoritmos y prompts.
Para algunos expertos, como Jason Palamara, profesor de tecnología musical en la Herron School of Art and Design, lo que hace The Velvet Sundown es sorprendente incluso para los estándares de la IA. “Ya no se trata de simples ganchos repetitivos; ahora escuchamos versos, coros y puentes bien construidos.” Y esto, advierte, es apenas la punta del iceberg.
Una industria en jaque: derechos, identidad y futuro
La irrupción de bandas artificiales como The Velvet Sundown o Aventhis —un artista country oscuro también generado por IA con más de 600 mil oyentes— ha encendido las alarmas en la industria musical. Para Keith Mullin, director de carrera en gestión musical del Liverpool Institute for Performing Arts, el debate ya no es académico: es una crisis inminente. “Está en el centro de las discusiones, especialmente en relación con los derechos de autor y los servicios digitales como Spotify.”
No es casualidad que gigantes como Sony Music, Universal Music Group y Warner Records hayan iniciado acciones legales contra plataformas como Suno y Udio, acusándolas de usar material protegido para entrenar sus modelos sin autorización. Y mientras miles de músicos exigen reglas claras y justicia en la atribución, la creación de música por IA se democratiza peligrosamente: hoy, con menos de 30 dólares al mes o incluso gratis, cualquiera puede generar cientos de canciones con estas herramientas.
La magnitud del fenómeno es tal que Deezer, el servicio de streaming francés, reveló que cerca del 18% de las canciones que se suben a su plataforma están completamente generadas por inteligencia artificial.
Esto no solo transforma el panorama para las discográficas, sino que representa un golpe emocional y económico para los artistas emergentes. Tilly Louise, una cantante británica de pop alternativo de 25 años, expresa su frustración: “Ya era difícil hacerse notar y vivir de la música. Ver que una banda que ni siquiera existe reciba tanta atención en redes sociales es desmoralizante.” A pesar de millones de reproducciones, afirma no haber ganado lo suficiente como para vivir exclusivamente de la música, y mantiene un trabajo a tiempo completo.
¿Una herramienta o una amenaza?
La paradoja es evidente: mientras la IA amenaza con desplazar a los artistas, también se convierte en parte de su formación. Profesores de música en universidades reconocidas están comenzando a enseñar cómo utilizarla como una herramienta creativa, no como un reemplazo. Incluso figuras consolidadas de la industria, como Timbaland, han lanzado iniciativas enfocadas en artistas generados por IA, como el proyecto Stage Zero.
Pero no todos ven el fenómeno con optimismo. Anthony Fantano, crítico musical influyente en YouTube, lanzó una advertencia contundente: “La proliferación de música hecha por IA llena nuestros feeds y algoritmos, dificultando la conexión entre personas. El arte generado por IA no ofrece nada que los humanos no puedan hacer mejor.” En su opinión, esta tendencia es un intento de cortar de raíz al verdadero talento en nombre de la rentabilidad.
Y es que los incentivos económicos son reales: según estimaciones de la calculadora de royalties de ChartMasters, The Velvet Sundown generó más de 34 mil dólares en un solo mes en todas las plataformas de audio. ¿Quién no querría repetir esa fórmula?
Frente a este panorama, organizaciones como la American Federation of Musicians exigen mayor transparencia, consentimiento informado y compensación justa. Su presidente, Tino Gagliardi, fue claro: “La transparencia es fundamental para proteger el sustento de los músicos. Todo lo que no cumpla con eso es un robo.”
Un futuro incierto, pero inevitable
Como ocurrió con Napster a finales de los noventa y la expansión del streaming en la década siguiente, la música enfrenta otro punto de inflexión. Esta vez, no se trata solo de cambiar el modelo de distribución, sino de redefinir qué es un artista, qué es una canción, y si la música puede tener alma sin alguien que la sienta.
Por ahora, las plataformas aún no han dejado clara su postura. Spotify, por ejemplo, no respondió a las preguntas de CNBC sobre sus políticas de detección y etiquetado de música generada por IA. Pero el clamor por diferenciar lo humano de lo artificial crece, tanto entre artistas como entre oyentes.
Puede que la IA no esté aquí para reemplazar a todos los músicos, pero está cambiando las reglas del juego. Y como en toda revolución, quienes no se adapten, podrían quedar atrás. En el centro de este torbellino, la música lucha por no perder aquello que siempre la ha hecho universal: su humanidad.